¿»como va la revolución»?

descarga23

La peor puñalada de frustración es darse un baño de realidad. O peor, que te lo de otro. Ese baño, que llega a través de un jarro de agua helada que un buen día te cae de repente, supone reconocer-una vez más– lo lejos que estamos (cada día más) de alcanzar  la eterna y cada vez más lejana «utopía» de derrotar al sistema y al tiempo concebir un mundo radicalmente diferente a la abrumadora monstruosidad que padecemos actualmente.

Andaba yo el otro día por las calles de mi pueblo –ya no recuerdo ni a dónde me dirigía, ni qué propósito me movía a ello– y en esas me topé con un señor de avanzada edad, que según creo, pasa el resto de sus días en la residencia de ancianos contigua al Conservatorio, mi lugar de trabajo. Como quiera que este buen señor no está incapacitado por ninguna enfermedad ni dolencia grave, acostumbra a salir de la residencia, y a menudo se le ve en la calle y en los bares y lugares de ocio. A día de hoy, todavía no se cómo se llama, aunque él sí parece conocerme, a vida cuenta de que cada vez que me ve, me saluda con un efusivo ¡Guerrerooo!  preguntándome  en ocasiones acerca del estado de la cosa política y social.

Conozco a este hombre solo desde hace unos pocos años. Más por las cortas conversaciones que he mantenido con él, que por otra cosa, pues creo que no es oriundo de Buñol. Si embargo, por alguna extraña razón tengo una especial conexión con este despierto e inquieto abuelete (permítaseme este cariñoso tratamiento). Si mi cada vez más deteriorada memoria a corto plazo no me falla, empecé a verlo hace ya casi 5 años en las 1eras y multitudinarias asambleas de la Asamblea popular del 15-M de Buñol y más tarde, en algunos eventos y acciones promovidos por el propio 15-M  u otros colectivos sociales-parece que este hombre me haya estado siguiendo la pista- en los que he estado metido desde entonces.

Cuando irrumpió Podemos en la escena política, este señor, al igual que otras muchas personas en un pueblo no muy grande como Buñol-en el que nos conocemos tod@s-, me asociaron (de forma equivocada) con el nuevo partido. Debo decir que yo nunca he asistido a ninguna de sus asambleas y jamás me he sentido cercano a su propuesta parlamentarista. Sin embargo, si algo ha sabido utilizar y rentabilizar a su favor Podemos, es conseguir que mucha gente asocie a los activistas y movimientos sociales surgidos o reforzados al calor del 15-M, con su propuesta partidista. Pero no es esto lo que nos trae hoy aquí.

Aquel día, uno de tantos otros en los que me he encontrado con él, me formuló una pregunta que no me había hecho nunca. La pregunta más directa y a la vez más difícil, no sólo de responder, sino sobretodo de soportar estoicamente, a vida cuenta del estado actual de las cosas y del pesimismo que me invade últimamente. Dijo así:

-«Guerrero, ¿como va la revolución?»

 Es en ese momento cuando te das cuenta de lo jodido que estás. Tras el gancho propinado en toda la cara con esa pregunta, durante una milésima de segundo compruebas que has perdido buena parte de aquel entusiasmo y la firme convicción que (man)tenías hasta hace solo 2 años Aquella ilusión, ahora transformada casi en una quimera, de que todavía podíamos soñar con tumbar al sistema y crear algo diferente para este planeta y la vida que queda en él. Una pregunta que de repente te obliga a hacer un rápido y fugaz balance de situación sobre algo en que durante un tiempo has puesto (y pones) mucho esfuerzo, ilusiones y grandes expectativas, pero que se traduce en una bofetada de amarga realidad que cuesta digerir, al menos durante los primeros minutos, hasta que recuperas el control de la situación y vuelves al estado de equilibrio entre realismo pesimista-compromiso de seguir intentándolo a pesar de todo. 

Aquella no fue una pregunta que no me hubiera hecho yo mismo cientos de veces, especialmente en los últimos 2 años. Sin embargo, al hacerla alguien como este señor, alguien que de alguna manera cree que las generaciones anteriores a él, tienen las respuestas y la clave para cambiar las cosas, el análisis es bien diferente. Al margen de la cara de gilipollas que se me debió quedar, lo más difícil de asumir fue el sentimiento de impotencia, la abrumadora sensación de frustración que suponía no poder responder al abuelete con algo más o menos creíble, algún atisbo de esperanza  que al menos paliara la decepción, la preocupación que sienten personas inquietas como él ante un mundo actual lleno de odio, muerte, guerras, miseria y codicia por doquier. Personas que están ya de vuelta de todo, a las que no queda mucho tiempo de vida, y que se agarran al más mínimo clavo ardiendo para soñar que cuando ya no estén, este mundo será menos malo.

Tras la pregunta, apenas pude articular palabra. ¿que le iba a decir? ¿que «cómo iba la revolución»?  ¿qué revolución? Aquel conato de revolución con la que yo soñé durante un tiempo se ha ido consumiendo con la resignación, la apatía y el conformismo que ya coexistían antes de llegar aquel soplo de aire fresco que me devolvió a la vida: el 15-M. Eso, unido a la absorción de parte-no todo afortunadamente-de aquel espíritu  por parte de «la nueva política institucional» y sobretodo al miedo a cambiar, un pánico devenido en rechazo a construir un relato distinto al pensamiento único, ese dogma capitalista del que la mayor parte del rebaño no está dispuesta a desprenderse, es lo que me paralizó impidiendo que pudiera responder a mi viejo interlocutor.

Habrá quien lea este texto, y seguramente pensará «ya te lo decía yo Guerrero. No hay nada que hacer» o «las cosas son así, y no se pueden cambiar». Yo, sin embargo, y a pesar del tremendo pesimismo y resignación que por momentos pueda destilar este post, sigo estando en absoluto desacuerdo. Se pueden, y se deben seguir haciendo cosas para cambiar, o en el peor de los casos, mejorar este mundo tan enfermo. En nuestro pequeño microcosmos, empezando por uno mismo, y continuando por el pueblo, barrio, asociación de vecinos, asamblea de parados, sindicato o movimiento social, tenemos la oportunidad y la responsabilidad de continuar luchando, aunque el colapso ecológico sea ya imparable y la vida a medio plazo en este planeta sea ya inconcebible.

Solo por una cuestión de principios, de dignidad y de conciencia, debemos estar ahí hasta el último día. No nos puede frenar el pesimismo. Quizá debamos reconducir esta sensación para dosificar, priorizar y dirigir nuestros esfuerzos hacia cosas y objetivos cercanos,  tangibles. Esas pequeñas cosas que sí están en nuestras manos que suman, y que animan a seguir soñando con metas que hoy por hoy, seamos realistas, se antojan casi inalcanzables. No obstante, no por inalcanzables, debemos renunciar a ellas. Debemos seguir luchando por lo imposible, aunque lo hagamos ya sin ninguna esperanza. Que sea esto lo que nos mueva y no lo que nos paralice.

Según escribo esto, me doy cuenta de que en estos dos últimos párrafos está la respuesta que le hubiera dado a mi viejo amigo. En aquel momento no me salió.

Quizá en nuestro próximo encuentro.

cambio